12 Lo que sucedió a un mancebo el día que se casó

Alex Leasau, Jacob Nguyen, Rachel Cotten, Raquel Bornstein, eds.

 

[1]Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio[2], su consejero, y le decía:

-Patronio, un pariente mío me ha dicho que lo quieren casar con una mujer muy rica, y aunque es más honrada que él[3], el casamiento sería muy bueno para él si no fuera por un embargo que ahí hay, y el embargo es éste:  Me dijo que le dijeron otros que aquella mujer era la más fuerte y la más brava cosa del mundo[4], y ahora ruego a vos que me aconsejéis si le mande que case con aquella mujer–pues sabe de cual manera es–, o si le mande que lo no haga[5].

-Señor conde Lucanor -dijo Patronio- si él fuera tal como fue un hijo de un hombre bueno que era moro, aconsejadle que case con ella; más si no fuere tal, no se lo aconseja. Y el conde le rogó que le dijera cómo era aquello.[6]

Patronio le dijo que en una villa vivía un moro honrado que vivía con un hijo, el mejor mancebo que en el mundo podría ser, pero no era tan rico que pudiese cumplir varios proyectos que quería hacer.  Por eso el moro estaba muy preocupado, porque tenía la voluntad y no tenía el poder.

En aquella misma villa vivió otro moro mucho más honrado[7] y más rico que el padre del mancebo, que sólo tenía una hija, y era de carácter muy distinto al de aquel mancebo, que cuanto en él había de buenas maneras, tanto lo tenía aquella hija del hombre bueno de malas, por lo cual ningún hombre en el mundo querría casarse con aquel diablo.

Aquel mancebo tan bueno fue un día a su padre y le dijo que bien sabía él que no era tan rico que pudiese darle con que él pudiese vivir a su honra, y que pues le convenía o pasar miseria y pobreza o irse de aquella tierra. Por lo tanto, le preguntaba si a él le parecía que era más inteligente buscar algún casamiento con el que pudiese mantenerse y pasar la vida.[8] El padre le dijo que le placería mucho poder hallarle un matrimonio ventajoso.

Le dijo el hijo a su padre que, si él quería, podía arreglar que aquel hombre bueno, que tenía aquella hija tan mala, se la diese por esposa. Y cuando el padre oyó esto fue muy maravillado y le dijo que cómo podía pensar en tal cosa, que no había hombre que la conociese que, por pobre que fuera, quisiera casarse con ella. El hijo le dijo que hiciese el favor de concertar aquel matrimonio. Tanto le insistió que, aunque al padre le pareció algo muy extraño, le dijo que lo haría.

Marchó luego a casa de aquel buen hombre, del que era muy amigo, y le contó todo lo que había pasado con su hijo, que se atrevía a casarse con su hija, que le gustaba, y que se la diera en matrimonio. Cuando el buen hombre oyó hablar así a su amigo, le contestó:

–Por Dios, amigo, si yo autorizara esa boda sería vuestro peor amigo, pues tratándose de vuestro hijo, que es muy bueno, yo pensaría que le hacía grave daño al consentir su perjuicio o su muerte, porque estoy seguro de que, si se casa con mi hija, morirá, o su vida con ella será peor que la misma muerte. Mas no penséis que os digo esto por no aceptar vuestra petición, pues, si la queréis como esposa de vuestro hijo, a mí mucho me contentará entregarla a él o a cualquiera que se la lleve de esta casa.

Su amigo le respondió que le agradecería mucho su advertencia, pero, como su hijo insistía en casarse con ella, le volvía a pedir su consentimiento.

El casamiento fue hecho, llevaron a la novia a casa de su marido y, como eran moros, siguiendo sus costumbres les prepararon la cena, les pusieron la mesa y los dejaron solos hasta la mañana siguiente.[9] Pero los padres y las madres y parientes del novio y de la novia estaban con mucho miedo, pues pensaban que al día siguiente encontrarían al joven muerto o muy mal herido.

Al quedarse los novios solos en su casa, se sentaron a la mesa[10] y, antes de que ella pudiese decir nada, miró el novio a una y otra parte de la mesa y, al ver un perro, le dijo ya bastante airado:

-¡Perro, danos agua para las manos!

El perro no lo hizo. El mancebo comenzó a enfadarse y le dijo más bravamente que les trajese agua para las manos. Pero el perro no lo hizo. Viendo que el perro no lo hacía, el joven se levantó muy enfadado de la mesa y agarró la espada y fue directo hacia el perro. Y cuando el perro lo vio venir hacia sí, comenzó a huir, y él en pos del perro, saltando ambos por la ropa y por la mesa, y por el fuego, y tanto anduvo en pos de él hasta alcanzarlo. Lo sujetó y le cortó la cabeza, las patas y las manos, haciéndolo pedazos y ensangrentando toda la casa, la ropa y la mesa.[11]

Después, muy enojado y ensangrentado, volvió a sentarse a la mesa y miró en derredor. Vio un gato, al que mandó que trajese agua para las manos; y porque el gato no lo hacía, le gritó:

-¡Cómo, falso traidor! ¿No viste lo que hice con el perro por no obedecerme? Yo prometo que, si un punto más disputas conmigo, que tendrás el mismo destino que el perro.

El gato no lo hizo y así se levantó el mancebo, lo cogió por las patas y lo estrelló contra la pared, haciendo de él más de cien pedazos y demostrando con él mayor ensañamiento que con el perro.

Así, enfadado y colérico, volvió a la mesa y miró a todas partes. La mujer, al verlo hacer todo esto, pensó que se había vuelto loco y no decía nada.

Después de mirar por todas partes, vio a su caballo, que estaba en la casa y, aunque era el único que tenía, le dijo muy bravamente que les trajese agua para las manos; pero el caballo no le hizo. Al ver que no lo hacía, le dijo:

-¡Cómo, don[12] caballo! Solamente porque no hay otro caballo, ¿por eso os dejaré si no hacéis lo que yo os mande?…tan mala muerte os daré como a los otros, y no hay cosa viva en el mundo que no haga lo que yo mande, que eso mismo no le haré.

El caballo estuvo quieto. Cuando el mancebo vio que el caballo no le obedecía, se acercó a él, le cortó la cabeza con mucha rabia y luego lo hizo pedazos.

Cuando la mujer vio que mataba al caballo, aunque no tenía otro, y que decía que haría lo mismo con quien no le obedeciese, pensó que no se trataba de una broma y le entró tantísimo miedo que no sabía si estaba viva o muerta.

Él, así–bravo, furioso y ensangrentado–, volvió a la mesa, jurando que, si mil caballos, hombres o mujeres hubiera en su casa que no le hicieran caso, los mataría a todos. Se sentó y miró a un lado y a otro, con la espada llena de sangre en el regazo; cuando hubo mirado muy bien, al no ver a ningún ser vivo sino a su mujer, volvió la mirada hacia ella muy bravamente y le dijo con muchísima furia, mostrándole la espada en su mano:

-Levantados y dadme agua para las manos.

La mujer, que no esperaba otra cosa sino que la despedazara toda, se levantó muy apriesa y le dio el agua para las manos. Él le dijo:

-¡Ah! ¡Cuánto agradezco a Dios porque habéis hecho lo que os mandé! Porque de otra guisa[13], habría hecho con vos lo mismo que con ellos.

Después le mandó que le sirviese la comida y ella lo hizo, y con tal son[14] se lo decía que ella ya pensaba que su cabeza era ida por el polvo. Y así pasó el hecho entre ellos aquella noche.

Así ocurrió entre los dos aquella noche, y nunca hablaba ella sino que se limitaba a obedecer a su marido. Cuando ya habían dormido un rato, le dijo él:

-Con tanta ira como tuve esta noche, no puedo dormir bien. Procurad que mañana no me despierte nadie y preparadme un buen desayuno.[15]

Cuando aún era muy temprano, los padres, madres y parientes se acercaron a la puerta y, como no se oía a nadie, pensaron que el novio estaba muerto o herido. Y vieron entre las puertas a la novia y no al novio, y  su temor se hizo muy grande.

Ella, al verlos junto a la puerta, se les acercó muy despacio y, con gran miedo, comenzó a decirles:

-¡Ingratos! ¡Qué hacéis! ¿Qué hacéis ahí? ¿Cómo os atrevéis a llegar a esta puerta? ¿No os da miedo hablar? ¡Callaos, si no, todos moriremos, vosotros y yo!

Al oírla decir esto, fueron muy maravillados. Cuando supieron lo ocurrido entre ellos aquella noche, sintieron gran estima por el mancebo porque sabía imponer su autoridad y hacerse él con el gobierno de su casa. Desde aquel día en adelante, fue su mujer muy obediente y llevaron muy buena vida.

Pasados unos días, quiso su suegro hacer lo mismo que su yerno, y por aquella manera mató un gallo. Su mujer le dijo:

-A la fe, don Fulano, tarde vos acordáis que ya bien nos conocemos.

Y concluyó Patronio:

-Vos, señor conde, si vuestro pariente quiere casarse con esa mujer y tiene el carácter de aquel mancebo, aconsejadle que lo haga, pues sabrá mandar en su casa; pero si no es así y no puede hacer todo lo necesario, debe dejar pasar esa oportunidad. También os aconsejo a vos que, cuando habéis de tratar con los demás hombres, les deis a entender desde el principio cómo han de portarse con vos.[16]

El conde vio que éste era un buen consejo, obró según él y le fue muy bien.

Como don Juan comprobó que el cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así:

Si en el comienzo no muestras quién eres,

nunca podrás después, cuando lo quisieres.[17]


  1. Juan Manuel, Infante de Castilla, 1282-1348. “Lo que sucedió a un mancebo el día que se casó”. El Conde Lucanor. Impresso en Seuilla: en casa de Hernando Diaz, 1575.
  2. A lo largo de los 51 ejemplos, aparecen dos personajes: el consejero Patronio, y él quien busca su consejo, el Conde (Wacks 96).
  3. En la literatura española de la época de la Reconquista, los personajes moros sin nombres solían ser estereotipados como ávidos de dinero (Wacks 96).
  4. Durante la Edad Media, la mayoría de la literatura representaba a las mujeres como la raíz de todos los males (Bollo-Panadero 2).
  5. En el prólogo, Manuel declara que la intención de escribir el libro era ayudar a los hombres para que puedan proteger su honor, su propiedad y su rango. El Conde Lucanor es una conversación entre el Conde y el Patronio, quien le comparte una historia que provee la solución a un dilema del Conde. Al final de cada sección o ejemplo del libro se informa al lector que el Conde siguió los consejos del Patrio y que le funcionaban; por eso Juan Manuel los incluye en su libro. Esta estructura es una fórmula para dar validez al texto y facilitar la transacción entre la realidad y la ficción. (Dunn 96).
  6. Esta frase marca la característica fundamental de la narración enmarcada, la “historia dentro de una historia”, o la narración enmarcada.
  7. El término honor y sus derivaciones tienen significados ambiguos. En español honor y honra, en general, son equivalentes; sin embargo, honra puede simbolizar el poder y la riqueza mientras que honor no puede. Honrado está usado en la versión temprana de la lengua española para denotar el rango o la riqueza, y también tiene el significado “ilustre” (Lauer 77-79).
  8. En un cuento de la tarasca (término que significa serpiente monstruosa y se usa para insultar la mujer), una motivación típica de los hombres para casarse con una tarasca es la ascensión social (Vasvari 22). Este es el objetivo del novio en “Lo que sucedió a un mancebo…” y luego de Petruchio en The Taming of the Shrew de William Shakespeare que fue escrito en el siglo XVI (Vasvari 27). The Taming of the Shrew también utiliza la narración enmarcada.
  9. Por el uso de las costumbres y características de los moros, Juan Manuel asume cierto nivel de conocimiento de la cultura mora, lo cual el lector del siglo XIV habría tenido (Keller 48). Es probable que Manuel usa un escenario y contenido árabe porque él originalmente oyó una versión de la historia de una fuente árabe (Vasvari 27).
  10. Es la costumbre de algunas regiones árabes que se deja una nueva pareja casada sola en una casa donde comparten su primera cena juntos antes de consumar el matrimonio (Vasvari 28).
  11. Es típico en los cuentos de la tarasca que el novio utilice la matanza de uno o varios animales como parte del proceso de intimidación de su novia (Vasvari 22).
  12. “Don”: tratamiento de respeto que se antepone a los nombres (Diccionario de la lengua española).
  13. Significa “de otra forma”.
  14. Significa “de tal manera”.
  15. Cada acción de servicio que la mujer hace conforme a las exigencias del mancebo tiene un paralelismo con un animal que mata el mancebo. Vienen los símbolos en grupos de tres, cosa típica en las fábulas (Vasvari 28).
  16. El Panchatantra es una colección de cuentos relacionados de la India que se organiza con narración enmarcada como El Conde Lucanor y es el precursor más antiguo del libro de Juan Manuel. Los cuentos originaron en la tradición oral de sánscrito y fueron trasladados al texto escrito cerca del Siglo VII. Se dice que Juan Manuel sacó historias e influencias del Panchatantra para su libro porque ambos son manuales de instrucción para los príncipes (Hernandez párr. 2-3).
  17. Este tipo de narración enmarcada tiene un propósito didáctico pero en forma ambigua. A menudo hay una discrepancia entre lo que el autor pretende enseñar y lo que el lector aprende (Wacks 88).

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